Podeis ir haciendoos a una idea de que lanzarse a la aventura de fabricar superdeportivos en los años 50 bajo un regimen que era de todo menos bien visto de puertas para afuera y bajo un modelo económico nacional cerrado al exterior, no sería ni mucho menos una empresa sencilla. Imagínense las dificultades que tuvo que sortear la empresa ENASA, que hasta entonces se había dedicado únicamente a la fabricación de camiones y autobuses, para vencer el aislamiento económico en el que estaba sumido España y lanzar un estandarte que representase a la industria y al orgullo patrio con todo el apoyo del régimen del General Franco.
Ante el bloqueo al que estaba sometido España, el Régimen inició la formación de profesionales dedicados a la automoción. Este fue el caldo de cultivo ideal escogido por el ingeniero catalán Wilfredo Ricart para satisfacer el deseo que hubiera alimentado trabajando durante años en Italia, colaborando entre otros con el propio Enzo Ferrari. El deseo de lanzar un deportivo de altas prestaciones con sangre española en un proyecto-escuela que contaría con una nueva generación de ingenieros con mucha motivación.
Este sería el nacimiento del Pegaso Z-102, el nacimiento del deportivo español por excelencia.
Vencidas las primeras dificultades, el Pegaso Z-102 se dejaba ver en público por primera vez en el Salón de París de 1951. A diferencia de los V12 con los que ya hubiera trabajado en la competición en Italia, Wilfredo Ricart optó por diseñar su propio motor V8 de aleación de aluminio y con dos árboles de levas por bancada. Del motor de 2.500 cm3 se pasó a una versión de 2.800 cm3 con pistones de 80 mm de diámetro y más tarde un 3.200 cm3 que sin compresor, y con este, lograba 210 y 280 CV de potencia.
No fueron pocos los hitos que lograría el Pegazo Z-102, sin ir más lejos el V8 de 3.2 litros y compresor lograría alcanzar los 245 km/h en el sprint de un kilómetro. Casi por arte de magia el deportivo de Pegaso había logrado cautivar a todo el panorama internacional, la crítica lo adoraba, no obstante su llegada tuvo lugar en los tiempos más oscuros de España en el pasado siglo.
La aventura de los Pegaso terminaría prematuramente y su principal impulsor, Wilfredo Ricart, y toda la historia que habían logrado escribir con letras doradas en la industria del automóvil español, relegada inexorablemente al ostracismo.
Es difícil aventurarse a establecer un censo de todos los Pegaso Z-102 que fueron fabricados, puesto que existieron una gran variedad de mecánicas, carrocerías y volantes a la izquierda o a la derecha. Se habla de alrededor de 68 unidades con carrocería coupé, o Berlineta, así como 13 unidades descapotables, o Spider. De ellas algunas acabarían sus días en las carreras, en la competición. Por último se fabricarían tres descapotables adicionales con motores de nueva factura, aún más potentes, que serían denominados Pegaso Z-103, justo antes de que el proyecto fuese cancelado.
Su producción estuvo muy limitada por el bloqueo de las exportaciones fuera de España y un precio desorbitado de 500.000 pesetas, en un país que tras su propia guerra y la del “resto” (la Segunda Guerra Mundial) luchaba por levantarse y motorizarse con modelos que iban ganando popularidad como el Seat 600 que costaba unas 70.000 pesetas de la época.
No obstante para eso está la historia, para recordarla, y que nadie nos impida tener presente que este sí fue, con todas las letras, el auténtico deportivo español de mediados de Siglo XX.